Saturday, January 14, 2012

Rumbo a Irkutsk

En el Hostal Napoleón de Moscú tengo ya todo preparado para salir. Me despido de los recepcionistas y les agradezco por su amable asistencia y resolver mis dudas, спасиба! Me sumerjo en el metro rumbo al sur. El Aeropuerto Domededovo se encuentra fuera del radio del metro, así que debo tomar un tren. Tras informarme en una jerga de inglés y ruso entremezclado con gestos acerca del lugar exacto en donde debo tomar el tren, llego por fin a Domededovo.

Como todos los aeropuertos, Domededovo (DME) es un lugar impersonal, frío, a lo que se añade el desconocimiento no solo del idioma, sino del alfabeto. Además, los paneles informativos de colores o icónicos brillan por su ausencia y el inglés está presente pero a un segundo nivel. Me doy cuenta de que todo el mundo embala el equipaje y hago lo propio con el mío (es obligatorio en Rusia). Me pongo a la cola, hay 5 personas por delante, no mucho. 

El billete de avión se puede comprar en la hoja web de la compañía S7 Siberian Airlines, el e-ticket es una opción muy cómoda, y es canjeado en la mesa de facturación por una tarjeta de embarque. Llego por fin, y tras verificar el pasaporte y la referencia del e-ticket, la agente del puesto de facturación me asesta el primer golpe: ¡la punta del bastón de montaña sobresale fuera del embalaje del equipaje (la mochila)!, ya -le digo- pero va bien sujeto, no presenta ningún problema. Ella que sí, y que debería hacer otro paquete... Me salgo de la fila y consigo cubrir la punta con más embalaje, vuelvo al mismo puesto de control saltándome la fila, indicándole macarrónicamente que acabo de estar con ella y que vengo por segunda vez. Me frunce el ceño pero accede y ¡prueba superada, paso al siguiente "nivel"!

Facturada la mochila de montaña, me quedo con la mochila pequeña, se hace ameno estar sin "la gran carga". El lounge de esta terminal es inhóspito, está muy concurrido, no se puede estar tranquilo sin que alguien te desequilibre por la mochila o tropieces con alguien. Me fijo en frente..., hay una especie de jaula de cristal, ridículamente llena de humo y de resignados fumadores acerrándose a su pitillo, la niebla de humo cubre todo el espacio cerrado.

Hay que estar atento a las pantallas porque no entiendo nada, hay largas colas en las tiendas, pero no importa porque un monitor anuncia que se retrasa el vuelo. Cojo unas patatas fritas o parecido y algún otro snack, todo my caro, incluso para estándares británicos, pero lo que me temía: me han visto cara de pardillo Occidental  e intentan cobrarme el doble..., un abuso indisimulado. Me quejo con mis cuatro palabras pero dejando claro qué es lo que pasa. El de atrás mio, que es ruso, confirma mi sospecha con los gestos, pero no hay salida, hay una cola enorme y esta discusión no va a ninguna parte. Mal sabor.

¡Listo para partir desde Domededovo!                      Foto: Dmitry A. Mottl

Bueno, llega el momento del embarque, el alegre avión verde y rojo de la compañía S7 (Siberian Airlines) aguarda, un 737 o parecido, no muy grande. Son aproximadamente las doce de la noche, embarcamos en el aparato, ¡buen aspecto!, sí señor, un decorado correcto y limpieza, azafatas sonrientes pero sin exagerar y trajes de color discreto, azul o gris. Ahora bien, he entrado ahora en una hoja web de promoción de la compañia y se diría que las imágenes de chicas rubias rusas luciendo generoso escote estratégicamente entreabierto (en todas las tomas) me desmienten. Se impone una cabezadita larga, y con ganas, estoy agotado, llegaremos pronto por la mañana a Irkutsk, pero el parte metereológico no augura lo mejor, afortunadamente traigo algo de ropa para lluvia. El sonido monótono de los motores planea sobre la cabina, el sueño es ligero.

Entre tanto nos sirven una comida. Pasan las horas, la oscuridad se va tornando resplandor rojo al alba, y el avión comienza a descender, presión en la nariz y oídos tapados.

Thursday, January 12, 2012

Un día y medio en Moscú

Voy a pasar un día y medio en Moscú, la ciudad es sólo una escala. Sin embargo, se trata de una escala "a gran escala", que bien merece una semana. Mi objetivo por el contrario se reduce a una permanencia efímera, Moscú en un tris, en un visto y no visto, pero mi propóstio es ambicioso, llegar hasta EL LEJANO ESTE, hasta... Mongolia. 

Desde la Estación Bielorussky me introduzco en el laberinto subterraneo del metro de Moscú. Próxima estación: Hostel Napoleon, un albergue de juventud situado a poco más de un kilometro de la Plaza Roja, en lo que llaman Kitay-Gorod, literalmente "la ciudad china", escrito Китай-Город. Ese es exactamente el lugar donde debo parar, importante quedarse con la imagen escrita para identificarla sobre el terreno, y no menos importante, la salida. En este caso, decido activar una especie de piloto automático que es el que va a regir toda mi ruta, un alfabeto "hostil" te deja casi indefenso.
La experiencia del metro moscovita

A continuación, acercamiento cauto a la ventanilla, ¡y en marcha los recursos lingüísticos!: "Zdrázvuitye! Ya ye du v..., adín (1)",con gesto de turista occidental que no se entera mucho. Bueno, pues ya está, un ticket single para toda la red metropolitana y, atención, unos 26 rublos si la memoria no me falla (62 céntimos de euro aproximadamente), ¡barato barato!

El metro de Moscú es amplio, no como el de Londres, y tremendamente regular y frecuente. El estilo decorativo del metro, del que ya había oído algo, es propio de un palacio del pueblo, sobrio pero elegante, hay estaciones temáticas especialmente elaboradas, pero no tengo tiempo para todo. Pongo atención constante a todo, las señales cuesta leerlas y no sé ya en que estación estoy. Todo son letras, y letras pequeñas, el contraste entre fondo y letras mínimo, y los paneles con iconos informativos en colores casi inexistentes: todo en ruso y colores discretos. En fin, pese a mi estado de alerta, me salto una estación y tengo que volver. Una hora y media después encuentro el Hostal Napoleon, se agradece la bienvenida de una chica joven que habla inglés, y me alojo en un dormitorio de seis, bien cuidado.

Dispongo de un día para visitar y extraer todo su jugo a mis fantasías "politico-viajeras" de juventud: ¡la Plaza Roja! ¡El mausoleo de Lenin! ¡Las Siete Hermanas de Stalin! ¡El Kremlin! Vamos, todo un Disneyland "para adultos".

San Basilio, magnífico
No hay mucho tiempo, así que me dispongo a tomar el "paquete básico", salgo del hostal y hasta la Plaza Roja. El tiempo ayuda, no llueve, pero están preparando el centenario de la ciudad y han instalado una estructura metálica que ocupa la mitad de la plaza, me fastidian el decorado, qué se le va a hacer. El mausoleo está cerrado, así que me dispongo a visitar la iglesia de San Basilio por dentro. El interior no es muy grande, el decorado es bastante austero y la entrada no es muy cara, una vez que se llega hasta Moscú merece la pena una visita...
Acceso al Kremlin desde el río

El río Moscú bordea el Kremlin
 Una vez fuera, desciendo hacia el río desde la Plaza Roja bordeando el Kremlin y me dirijo hacia la "Hermana de Stalin" más cercana. Las Hermanas de Stalin es un proyecto de rascacielos construidos tras la 2ª Guerra Mundial para ensalzar el perfil de la ciudad en competencia con los rascacielos estadounidenses y poner de relieve el poderío soviético tras la devastadora guerra. Kotelnicheski fue terminado en 1952, es el primero y el más cercano, un edificio de viviendas. Mezcla de racionalismo y clasicismo, hoy en día estos icónicos edificios han sido asociados a menudo con El Mal en la cultura pop occidental.
Edificio Kotelnicheski
Durante todo el camino, las obras entorpecen mi ruta en varios puntos. Tras visitar el edificio Kotelnicheski, vuelvo hacia el hostal. La calle Maroseyka de Kitay-Gorod es una calle "trendy" donde abundan cafeterías, comidas rápidas como McDonalds y otros comercios rusos o internacionales. Bastante caro. Como algo, no voy a decir dónde, y vuelvo al hostal.

Amanece un nuevo día, 26 de agosto, me levanto hacia las 9 y me encamino al nucleo neurálgico de la capital rusa, allí donde se encuentra todo el entramado administrativo y turístico. Tengo que atravesar la gran callé Novaya Ploshchad, una amplia calle que bien podría ser pista de aterrizaje.

Justo antes de llegar a la Plaza Roja, decido adentrarme en los Almacenes GUM, antiguos almacenes del Estado, hoy en día un recinto de estilo clásico reconvertido en el que se venden artículos de moda en comercios de gama media y lujo, y foco de atracción para turistas de toda Rusia que quieren mostrar su bienestar y poder adquisitivo. También hay cafeterías y comida rápida más o menos al estilo Occidental.
Grandes Almacenes GUM, precios occidentales (¡o peor!)
A continuación, me dirijo a extramuros del Kremlin donde se encuentra el monumento a los caídos de la 2ª Guerra Mundial, vigilado por dos guardias al más puro estilo soviético. El cambio de relevo es impresionante: movimientos totalmente hieráticos, gesto contundente (casi inexpresivo) y marcha marcial con piernas rectas batiendo firmemente el suelo, elevándose inmediatamente 90 grados hasta formar una línea horizontal y volviendo inmediatamente a batir el suelo.     

Estoy contando ya las horas que faltan para partir al aeropuerto, pero me da tiempo todavía a coger un metro hacia uno de los grandes polos de referencia en Moscú. He leído que la calle Tverskaya es una meca del nuevo consumismo ruso y de sus clases adineradas, así como centro de entretenimiento y vida nocturna. Salgo a la superficie, hace un día gris, vale, pero a primera vista el lugar no me impresiona: una ancha avenida, flanqueada por típicos edificios austeros y clásicos rusos, tráfico agobiante, luces de neón, paneles publicitarios, marañas de cables por doquier que se entrecruzan sobre las cabezas de viandantes y los vehículos. 

Es hora de volver, debo partir después de comer y desciendo al metro otra vez tras estudiar minuciosamente la red de metro, salgo en Kitay-Gorod y vuelvo a mi morada, al hostal.     

Wednesday, January 11, 2012

Trámites y arranca la aventura

El 24 de agosto de 2010 llego al aeropuerto de Sheremetyevo al noreste de Moscú en un vuelo desde Estocolmo. Había preparado un viaje de vacaciones de urgencia solamente diez días antes y había estado tramitando el visado de entrada a Rusia solamente unos días antes en el consulado de Londres (¡ay de mi bolsillo!).

Además del visado, para lo cual tuve que desvelar a la diplomacia rusa mis movimientos bancarios de los últimos seis meses aproximadamente y abonar la módica suma de unas 100 libras esterlinas, tuve que hacerme un seguro con el Post Office, que es el que se ofrece en el consulado mismo, situado en una calle lindante con Old Street en el East End de Londres. El seguro me sale a otras 95 libras (¡vaya negocio que he hecho!, me dije), pero al menos era de los buenos, y es que después de largos periodos de trabajo apremiaba desconectar urgentemente. Decidí coger un vuelo de una escala en Estocolmo, que si mal no recuerdo me salió a unos 340 euros.

¡Llego excitado de poder tomar tierra en la antigua capital soviética, capital del "imperio del mal" y de tantas fantasías utópicas mal terminadas! Es la primera vez que salgo fuera de la Unión Europea, excepción hecha de Marruecos. ¿qué me voy a encontrar en la aduana? Por otra parte, está el alfabeto ruso... Cuando salimos de los pasillos al control de seguridad, los ciudadanos rusos pasan bastante rápido, pero el resto se queda atascado en la cola, aproximadamente media hora para mi. Otros, sin embargo, una familia de rasgos orientales ha de quedarse más tiempo y es retenida.

Trasiego de gente y miradas en la estación Belorrusky


Tras la preceptiva espera, un respiro, ¡he entrado a la Unión Soviétic..., digo a Rusia! Empiezo a transitar por pasillos y salas de espera intentando descifrar las indicaciones rusas. Había aprendido algo ya mediante un magnífico "phrase book" (Essential Russian) con frases útiles que me había comprado dos semanas antes. Aún y todo, muchas cosas son ininteligibles, pero llego por fin al lugar de partida del tren lanzadera a Moscú. ¡Bien! La temperatura no es veraniega, pero todavía agosto, alrededor de 15 grados.

Moscú te quiero

Estoy muy vigilante de la mochila, la llevo pegada a mi todo el rato. Hay un servicio del tren lanzadera que te lleva el equipaje en otro compartimento, yo no lo tomo (¡pa tu tía!). El tren es cómodo, pero por razones que desconozco cambian la estación de término, ahora el destino es la Estación Belorussky, lo cual me altera un poco el plan. Al llegar a la estación me llama la atención todo el trasiego de gente, y LA POCA ROPA que viste la gente y, muy especialmente, las mujeres, luciendo maquillaje y frecuentemente con tacones altos, lo cual les da un aire muy sensual. Para más inri, veo a dos chicas besándose en los labios y agarrandose la mano cariñosamente, wow... Me siento observado, con mi pinta de guiri, mochila de monte deportiva a la espalda... En fin, ¡estoy listo para entrar en el metro!